Por Diana Guerra.
Directora de CAUTE y psicoanalista con especialidad
en pareja y terapia médica familiar.
Cuando vacacionamos se desea e idealizamos el momento vacacional, se gestiona la estancia, la emoción y las grandes ganas de estar en ese momento, se preparan maletas propias y los familiares harán lo suyo si es el caso, llevamos la documentación necesaria y el día de partida salimos presurosos al encuentro con esos días de gozo. Apoyándonos de la metáfora de ver la vida como un conjunto de viajes, en el que cada viaje recorre una etapa o un momento de vida en los que implica cierta disposición; pongamos como ejemplo el momento en que se está “esperando” a un hijo, tenemos poco menos de 9 meses, dependiendo de cuando nos enteremos, para preparar lo referente a ese bebé empezando por las expectativas y las emociones que implica, acondicionar el espacio que habitará, adecuar a la familia a la idea del nuevo miembro, y no pueden faltar las herramientas y accesorios que este bebé requiere, carriola, biberones, pañales, ropa, etc. Cuando llega el momento del nacimiento, quien es organizado, prepara una maleta con lo necesario para la estancia en el hospital, los documentos y lo imprescindible para la salida a la nueva circunstancia de vida.
Siempre me he preguntado ¿por qué no sucede lo mismo cuando se trata de la muerte? Es algo que todos lo tenemos que vivir, es la única certeza que da la vida y entonces, ¿por qué no la idealizamos?, ¿por qué no identificamos las emociones que nos genera? ¿Por qué no nos preparamos para partir?, ¿por qué no nos despedimos? ¿Por qué no ayudamos a nuestros allegados a saber qué esperar de la ausencia? ¿Por qué no preparamos la documentación necesaria?, lo más normalizado y común es que las personas más programadas y con cierta estabilidad económica, comprará su paquete de velatorio y entierro, tal vez hasta testamento, hagan y voluntad anticipada. Pero no surge en una conversación cotidiana sin que haya sentimientos y sensaciones de repele al tema. Se escucha decir “basta, deja hablar de eso” “lo mandas llamar” “ni lo digas”, como si tan solo el nombrar la muerte hace inevitable su presencia y su acontecer.
Tal vez como dice Rosa Regás (escritora española) “Cuando eres consciente de la muerte, acabas asumiendo tu propia soledad”. La muerte nos confronta con nuestra propia finitud, con la ignorancia de que va a seguir o con la certeza de que en verdad esto acaba allí en ese momento que el cuerpo deja de servir, es un viaje que tenemos que hacer a modo solitario, alguien a lo mejor nos acompañará hasta la puerta final, pero de ahí hasta el final es un viaje a solo y con nada; ante este panorama pudiera no ser alentador desear iniciar ese viaje.
Tal vez conforta la creencia de que hay algo más, el encuentro con lo divino o tal vez más vidas para vivirlas y seguir en esta experiencia mundana; pero es un hecho que es un viaje en el que tenemos que saber lidiar con la incertidumbre de lo desconocido, soltar el control de aquel instante, solo podemos apropiarnos de la forma en que podemos llegar hasta ese momento.
Cito a Arnoldo Kraus “quien ha tenido la suerte de edificar su vida, tiene el derecho de personalizar su muerte… Quien no se adueña de su propia muerte probablemente no fue dueño de su vida”.
Desde aquí parto para proponer la metáfora de hacer una maleta para el viaje final que debemos experimentar, con el fin de adueñarnos y asumir la muerte con dignidad y plenitud, cada persona diseñará la forma y las posibilidades de ese último viaje; sí bien tendrá que ser coherente a la forma en que vivió su existencia, pudiera servir para contener las múltiples aristas que tiene este tema, tanto para la persona que parte como para aquellos que se quedan.
Me gustaría dividir la maleta en los aspectos prácticos/mundanos de los abstractos/etéreos. De tal forma que cuando consideramos los prácticos/mundanos hablamos de aquellos elementos comunes en la actualidad y que pueden ser de utilidad para organizar dicho viaje y simbolizar la muerte: la documentación requerida en tanto testamento, por medio del cual la persona decide el destino de sus bienes y patrimonio al momento de su fallecimiento; la voluntad anticipada es la decisión que toma una persona de ser sometida o no a medios, tratamientos o procedimientos médicos que pretendan prolongar su vida cuando se encuentre en etapa terminal; establecer el cómo y sustentar los gastos referentes al Ritual Funerario reconociéndolo como costumbre y como estrategia simbólica para “despedir” al que parte de esta experiencia llamada vida y la atenuación del dolor que la muerte implica; la redacción de Epitafio, que es la inscripción en la lápida como mensaje corto para conmemorar la vida de la persona.
Y aunque ya está fuera de moda el escribir a tinta y papel, las cartas podría ser un componente con un alto grado de significación y alto contenido emocional para aquellas personas especiales, en tanto se vertería en ellas palabras de aliento, amor, perdón o porque no hasta un consejo no otorgado en vida.
Así, con esto último empezamos a transicionar aquellos elementos abstractos/etéreos, que se requieren para interpretar las sensaciones que se perciben con respecto a la muerte, para evitar su obstrucción y sobre todo dar calma, que es la función de la palabra, en el entendido que las palabras no curan pero si acompañan.
Es importante honrar la libertad de cada quien, respetar la autonomía de ideas, razones y voluntad ante la postura individual hacia el final de la propia vida; en ocasiones se merma por qué los seres queridos o aquellos que acompañan tienden a interponer sus propias formas y la autonomía de la persona enferma o en el lecho de muerte queda mermada, y ese derecho no se debería de afectar, ya que la persona es responsable en determinar que tanto, cuanto y hasta cuando se debe actuar en cuestión médica en función de sus posibilidades; por lo que es importante establecer un encuadre antes, comunicarlo con quien se considere, puesto que en ocasiones las condiciones físicas al momento de enfermedad y lecho de muerte imposibilitan a la persona a hablar y establecer su decisión.
Entender que el dolor tiene una función sanadora y que es importante dejarlo trabajar en el proceso llamado duelo, respetando el tiempo y la forma de cada persona que tendrá que aprender a vivir y continuar su propio viaje con esas ausencias; o bien, honrar y respetar que algunas personas tienen la necesidad de seguir sosteniendo a los muertos por medio de añoranzas, recuerdos y rituales, que sostienen el recuerdo y guardan en la memoria los vínculos amados.
Reconocer que existen sentimientos que son recursos necesarios con los que contamos al alcance de la conciencia, como son el respeto, la empatía, el miedo, la comprensión, la solidaridad y la compasión, que nos otorgan herramientas para poder transitar tanto el momento de trascender a la muerte como transitar el duelo por la muerte de un ser querido.
También es indispensable que por muy difícil que sea escuchar al otro despedirse y reconocer su partida, también pudiera dignificar el momento cúspide, incorporando los sentidos a la experiencia de aquello que no se puede nombrar o que imposibilita la palabra, se exhorta a confiar en las emociones y confiar en que cada uno sentirá el cómo y por medio de qué sentido realizar ese ejercicio humano ancestral de despedir a su difunto.
Creo que no nos han enseñado a cerrar círculos, no nos han mostrado como partir, ni asumir y sostener las emociones tan intensas que conlleva este tipo de experiencias, pero estoy convencida de que el incorporar estos elementos en la maleta personal mostraremos el cómo poder tener un viaje sin accidentes, digno, seguro y porque no con un matiz de plenitud y paz.
Cierro con una frase de Francesco Petrarca “Un bello morir honra una vida”.
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