Por Diana Guerra.
Directora de CAUTE y psicoanalista con especialidad
en pareja y terapia médica familiar.
La vida está construida por distintas encrucijadas a lo largo de la historia de cada uno, desde el nacimiento el dilema está incluido, pero el instinto de sobrevivencia y la naturaleza sustenta la decisión y la acción de sobrevivir por la ausencia de razonamiento, más adelante los padres y aquellas personas que realizan dicha acción encausan las conductas, de ahí que el animal que habita en cada uno de nosotros se vuelve humano, razón por la cual entramos a un sistema social que pretende acotar los comportamientos por medio de la educación, la religión, la academia, “el barrio”, los usos y costumbres, la cultura etc. Entonces, ¿siempre se está a merced del deber ser, de lo que ese sistema social espera? Para tomar una decisión con respecto a lo que sigue en la vida (estudiar, tener familia, casarte o no, etc.) ¿se estará considerando lo que quiere el otro?, o ¿existe algún momento en que las personas pueden decidir por cuenta propia? ¿Qué implica las palabras independencia y autonomía, que algunas personas tienden a sostener como propias de su carácter?
Efectivamente, los seres humanos por ser un ser social, considera al sistema del que forma parte porque es un referente de acción de conducta y hará lo que sea necesario para pertenecer, así por ejemplo el refrán “donde fueres has lo que vieres” hace alusión al esfuerzo cotidiano por formar parte y no ser excluido de ese sistema social; sin embargo, existe una contradicción simultánea entre él -deber ser- que exige el sistema social y él -quiero ser- que exige el propio sistema interno (el psiquismo) el refrán que sirve para mostrarlo es el que recita que “cada cabeza es un mundo” haciendo alusión a lo que cada persona pueda pensar y hacer en función de la fuerza interna que le reclama sostener sus impulsos pese a lo que establece el sistema social.
La encrucijada “el deber versus el querer” es de las más complejas y repetitivas a lo largo de la vida; podremos recordar cuando a un infante se le prohíbe comer un dulce antes de la hora de la comida, estudiar para un examen, ir a misa todos los domingos, ofrecer un asiento a mujeres y ancianos, a juntarse con ciertas amistades, a tomar alcohol siendo menor de edad, ha sostener un “noviazgo” cuando se está casado, a estudiar, a elegir la carrera que interesa, a no hablar mal de alguien a sus espaldas y un largo etcétera, que implica prácticamente siempre preguntarse el “¿qué es lo que quiero?” y el considerar que es lo que los demás dicen que es lo que se tiene que hacer; ante esta encrucijada hay detenimiento, preocupación y angustia, porque en ocasiones implica que de no hacer lo que dicta lo social supondrá quedar excluido, en otras circunstancias se puede continuar dentro del sistema, pero no sin castigo y en muchas otras se evita el equivocarse por el temor a escuchar al otro decir “te lo dije”. Y entonces en estas circunstancias las personas solo existen, se dejan llevar por el deber ser y optan por delegar su vida a la causa del otro, resultando una vida de insatisfacción, de quejas y culpas hacia el otro (el que dicta el deber ser) que ahogan sus penas en un vaso de alcohol, relaciones tóxicas y adaptaciones que merman la vitalidad.
Es importante aclarar que no es que esté en contra del sistema social o que promueva que los límites de las “buenas costumbres” no sean necesarias, muy por el contrario hace falta más que nunca; sin embargo, considero que es indispensable identificar el propio deseo y sostener y asumir el coste que implica para hacerlo valer, dentro de ese sistema social que igualmente va modificándose en función de las personas que lo integran.
Una vez aclarado este punto, ahora puedo retomar que cuando la persona se encuentra en una encrucijada es un momento muy particular en el que se sostiene lo propio o se entrega la existencia a quien comanda el deber ser, tal vez es en el momento en que se es genuinamente adulto; esto no quiere decir hacer cosas que hacen los adultos a corta edad: fumar, beber alcohol, tener relaciones sexuales, tener hijos, porque de entrada eso no es ser adulto, por lo contrario, ser adulto es sostener la autonomía de tomar decisiones con respecto a la propia existencia desde hacerse responsable del propio cuerpo, de las relaciones que se eligen tener, de la profesión trabajo u oficio, familia y hasta la forma de divertirse, considerando los beneficios, consecuencias y obligaciones que conlleva dicha autonomía, sin estar fuera del sistema social que promueva lo funcional de la sociedad, considerando no dañar a otro y la sana convivencia entre los seres humanos. El refrán modificado de Benito Juárez “el respeto al derecho ajeno, incluyéndole: es tan importante como el derecho propio, es la paz", sería un buen referente del ser autónomo dentro de un sistema social, donde ambos elementos son indispensables para practicar una vida agradable.
La autonomía es ser agente en la propia existencia, es decir, decidir y asumir el esfuerzo constante de comprometerse con el propio modo en que se desea vivir la vida. En ocasiones parece un alto costo que incita a la renuncia, pero es responsabilizarse de las implicaciones para poder deleitarse de los beneficios. A modo de ejemplo, podría platicar el caso de un veterano de 47 años que por un accidente quedó discapacitado y se había rendido a los diagnósticos de varios doctores que le decían a modo de -deber ser - que jamás iba a volver a caminar solo y su deseo “- quiero- volver a correr” lo llevó a buscar ayuda, a comprometerse con su ejercicio y cuidar su alimentación diariamente, después de un tiempo pudo lograr lo que para el deber ser era imposible. (Pueden buscar su historia en YouTube bajo el título “Nunca, jamás se rindan”).
Hay ocasiones que las personas se dejan llevar por lo que los otros definieron que era correcto, por lo sucedido en la historia (accidentes/enfermedades), por la fantasía del destino o por lo que los otros le hacen, pero en contraste con lo anterior, llega un momento que la encrucijada constante de la vida, da la oportunidad de un cruce de alternativas o de posibilidades, donde la decisión que se toma definirá si la elección consiente lo que - quiero- para vivir y como sostenerlo.
Y si hay vida, habrá otra encrucijada donde decidir y optar, sugiriendo un constante movimiento y persistente posibilidad de cambio; confirma cada vez que la elección que asumas sea desde el registro de tu deseo de vida, es decir, que sea funcional para vivir y disfrutar de la existencia.
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